Muchos de mis poemas son producto de ser hombre de pueblo, y estar cerca del pueblo siempre ha sido una máxima para mí. Lo mejor que me pudo haber pasado en la vida es que lo que escribo le haya tocado el corazón a esa gente, a ese pueblo, a ese hombre de a pie. M.B
Ambrosio Fornet
Con sus solitos poemas convocaba multitudes. Me consta que era así. Lo vi con mis propios ojos en la Casa de las Américas, en La Habana, y en el Palacio de Bellas Artes, de México, donde tuve que abrirme paso a codazos por entre los centenares de jóvenes que, desafiando una llovizna helada, trataban de entrar.
Uno queda definitivamente inoculado contra la frivolidad y la docta palabrería cuando en esa situación se detiene un minuto a pensar: estos muchachos vienen a ver y oír a un poeta, a escuchar en su propia voz un puñado de poemas que quizá ya se saben de memoria..., y eso es todo. Aquí no se regala nada, no se vende nada, no se celebra nada… Entonces, ¿qué rayos está pasando? ¿Dónde está el misterio? ¿En qué consiste el poder de convocatoria de ese poeta, de esa poesía?
La pregunta, por insignificante que parezca, alude nada menos que al Destino: ¿estamos condenados a vivir en el mundo que nos tocó en suerte, y encerrados en nuestro irrenunciable pellejo? No.
Somos animales memoriosos y hasta en las peores circunstancias, agobiados por la fatiga o la rutina, podemos asomarnos al más remoto paraíso. Somos animales que sueñan y que tienen, por tanto, la facultad de imaginar y proyectar utopías. También de luchar por ellas. Si la felicidad insiste en «tirar piedritas» en tu ventana, ¿por qué no acabas de abrirla?
El poeta da un paso más, abre la puerta y sale a la calle a «defender la alegría» porque ha descubierto, sencillamente, que no puede evitarlo, que «por más esfuerzos que haga / nunca podré llegar a ser neutral».
Las dimensiones del universo se ensanchan de pronto en todas direcciones al conjuro de esa palabra desnuda, a veces trémula, a menudo irónica, coloquial siempre, siempre portadora –para usar un adjetivo muy suyo– de una incanjeable autenticidad.
¿Tendrá esto algo que ver con la elocuencia emotiva, con la asombrosa capacidad que tienen unos simples «poemitas» para «convocar multitudes»?
El Después
El Después nos espera
con las brasas y los brazos abiertos
ah pero mientras tanto
vemos pasar con su cadencia
la muerte meridiana de los otros
los más queridos y los no queridos
cada paso que damos hace huella
tiene su nube propia / su pregunta
pero además sabe que es imposible
reconciliarnos con la propia sombra
el llanto no es pretexto válido
tampoco es válido el pasado
ya no encontramos a los nuestros
en las pálidas imágenes ausentes
no logramos soñar / solo esperamos
que alguien nos sueñe sin puñales
pero también sin melancolías
de segunda o quinta mano
de todos modos preparamos
la boca por si vuela un beso
y si no vuela siempre queda
uno que emerge del olvido
aunque está hecho de blanduras
el amor es un esqueleto
con vértebras / tuétanos / huesitos
que permanecen mientras el resto
inútil como siempre
se va haciendo ceniza
¿y qué dirá el Después / después de todo?
tengo la impresión de que sus brazos
empiezan a cerrarse
y es ahora mi muerte meridiana
la que en silencio está diciendo ven
pero yo me hago el sordo. (*)
Eduardo Galeano
¿Qué podía decir de Mario, que no haya sido dicho? Y nada dije cuando murió, porque el dolor se dice callando. Pero sí quisiera agradecer a los dioses y a los diablos que me hayan otorgado el privilegio de ser su amigo. Mario fue el más generoso de todos los escritores que conocí. Los triunfos de los demás escritores no le provocaban un ataque al hígado, y en cambio le daban alegría. Increíble. Paradójicamente, sus colegas nunca le perdonaron el éxito. Como se sabe, los escritores ocupamos la jaula de los pavos reales en el zoológico universal, y Mario fue un bicho raro. Un famoso humilde: él nunca se creyó Mario Benedetti.
(*) Poema incluido en el N. 255 de la Revista Casa, abril/junio 2009.
Número Especial: 50 Aniversario de la Casa de las Américas.
Ambrosio Fornet: Veguitas de Bayamo, Granma, Cuba, 1932.
Crítico literario, ensayista, editor y guionista de cine.
Es académico de número desde 1997 y Profesor Titular Adjunto del
Instituto Superior de Arte.
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