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Coronóptikon: para vigilarte mejor.



Uruguay aprueba uso de tecnología de rastreo de contactos de COVID-19 de Google y Apple, unas horas después que las compañías liberaban este servicio en Estados Unidos. Estiman que en una semana estará efectiva a través de la aplicación CoronavirusUY. Cómo afecta la privacidad (la libertad) de las personas?



El nuevo coronavirus se extendió tan rápido y hay tantas personas infectadas asintomáticas que resulta, en efecto, imposible trazar su expansión manualmente.


La mejor manera de perseguir a un microorganismo tan indetectable es usando un sistema computarizado, gracias a los dispositivos de los teléfonos móviles, que calcule cuánta gente estuvo cerca del infectado.


Corea del Sur, Singapur y China, citados a menudo como naciones que han tenido éxito frente al coronavirus, han aplicado en particular estrategias de macrodatos y vigilancia digital para mantener las cifras de infección bajo control.


Este “solucionismo tecnológico”, supone el sacrificio de una parte de la privacidad individual. Y eso, evidentemente, plantea problemas.


En Corea del Sur, las autoridades crearon una aplicación para smartphones pensada para tener un mayor control sobre la expansión del coronavirus mediante el seguimiento digital de los ciudadanos presentes en zonas de contagio o que padecen la enfermedad. Esa app se llama “Self-Quarantine Safety Protection”, y ha sido desarrollada por el Ministerio del Interior y Seguridad.


La app descubre si un ciudadano ha estado en zonas de riesgo. Sabe si su test es o

no positivo. Si es positivo, le ordena confinarse en cuarentena. También rastrea los

movimientos de todos los infectados y localiza los contactos de cada uno de ellos. Los lugares por los que anduvieron los contagiados se dan a conocer a los teléfonos móviles de aquellas personas que se encontraban cerca. Y todas ellas son enviadas en cuarentena.


Cuando los ciudadanos reciben la orden de confinamiento de su centro médico local, se les prohíbe legalmente abandonar su zona de cuarentena –generalmente sus hogares– y se les

obliga a mantener una separación estricta de las demás personas, familiares incluidos.


La app también permite realizar un seguimiento por dispositivo vía satélite GPS (Global Positioning System) de cada persona sospechosa. Si ésta sale de su área de confinamiento asignada, la app lo sabe inmediatamente, y envía una alerta tanto al sospechoso como al

oficial que controla su zona. La multa por desobediencia puede alcanzar hasta 8.000 dólares.


La app también envía avisos de nuevos casos de coronavirus al barrio o a zonas cercanas. El objetivo es garantizar un mayor control del virus al saber, en todo momento, dónde se encuentran tanto los ciudadanos infectados como los que se hallan en cuarentena.


En Singapur, una nación altamente vigilada, la Agencia Tecnológica estatal y el Ministerio de Salud lanzaron en marzo pasado una app muy parecida: TraceTogether, para teléfono móvil, que puede identificar, retrospectivamente, a todos los contactos cercanos de cada persona y avisarles si un familiar, un amigo o conocido contrajo el virus.


Los ciudadanos pueden ser rastreados mediante una combinación sofisticada de imágenes de cámaras de seguridad, geolocalización telefónica e investigación policial realizada por auténticos “detectives de enfermedades” con la asistencia eventual del departamento de investigación criminal, la oficina antinarcóticos y los servicios de inteligencia de la policía…


El “Acta de Enfermedades Infecciosas de Singapur” hace obligatoria, por ley, la cooperación de los ciudadanos con la policía. Un caso único en el mundo. El castigo por indisciplina puede ser una multa de hasta 7.000 dólares, cárcel por seis meses, o ambas.


También China ha puesto a punto una aplicación parecida, HealthCheck, que se instala en los celulares a través de sistemas de mensajería como WeChat o Alipay, y genera un “código de salud” graduado en verde, naranja o rojo, según la libertad de movimiento permitida a cada ciudadano (desplazamiento libre, cuarentena de una semana, o de catorce días).


En unas doscientas ciudades chinas, la gente está usando HealthCheck para poder moverse con mayor libertad a cambio de entregar información sobre su vida privada. Esta app se ha mostrado tan eficaz que la propia OMS está inspirándose en ella para desarrollar un software semejante llamado MyHealth.


Este “modelo surcoreano”, adoptado por estos países y también por Hong Kong y Taiwán, está basado en el uso masivo de datos y asociado a diversos sistemas de

“video protección”.


Hasta hace poco nos hubiera parecido distópico y futurista, pero ya está siendo imitado igualmente en Alemania, Reino Unido, Francia, España y otras democracias occidentales.


Hay que decir que, desde hace unos años, algunos Estados y los grandes operadores privados de telefonía móvil han atesorado billones de datos y saben exactamente donde se encuentra cada uno de sus numerosos usuarios.


Google y Facebook también han conservado montañas de datos que podrían ser utilizados con el pretexto de la pandemia para una vigilancia intrusiva masiva. Y, además, aplicaciones de citas con coordenadas urbanas, como Happn o Tinder, podrían servir ahora para detectar infectados… Sin olvidar que Google maps, Uber, Grab, Cabify o Waze también conocen las rutas y el historial de sus millones de clientes…


En todas partes, el control digital se ha acelerado. En España, por ejemplo, la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial puso en marcha, el pasado 1 de abril, el programa “Datacovid” para rastrear 40 millones de celulares y controlar los contagios.


En Italia, los principales proveedores de telefonía móvil y de Internet han decidido compartir los datos sensibles, pero anónimos, de sus clientes con el Grupo de trabajo para la prevención de la epidemia formado en el Ministerio de Ciencia e Innovación.


En Israel, el Gobierno decidió igualmente hacer uso de las “tecnologías antiterroristas de vigilancia digital” para rastrear a los pacientes diagnosticados con el coronavirus. El Ministerio de Justicia dio luz verde para usar “herramientas de rastreo de inteligencia” y monitorear digitalmente a los pacientes infectados, mediante su uso de Internet y de la telefonía móvil, sin la autorización de los usuarios.


Aunque admitieron “cierta invasión de la privacidad”, las autoridades explicaron que el objetivo es “aislar el coronavirus y no a todo el país” verificando con quién entraron en contacto los infectados, qué sucedió antes y qué pasó después.


En esa misma perspectiva, a escala global, los dos gigantes digitales planetarios Google y Apple decidieron asociarse para rastrear los contactos de los afectados por la pandemia.


Recientemente, anunciaron que trabajarán juntos en el desarrollo de una tecnología que permitirá a los dispositivos móviles intercambiar información a través de conexiones Bluetooth para alertar a las personas cuando hayan estado cerca de alguien que dio positivo por el nuevo coronavirus.


China desarrolló la aplicación HealthCheck que se instala en los celulares a través de sistemas de mensajería como WeChat o Alipay, y genera un “código de salud” graduado en verde, naranja o rojo, según la libertad de movimiento permitida a cada ciudadano

La Covid-19 se ha convertido, de ese modo, en la primera enfermedad global contra la que se lucha digitalmente. Y claro, eso da lugar a un debate, como decíamos, sobre los riesgos para la privacidad individual.


Hasta algunos defensores del sistema de cibervigilancia lo reconocen: “El hecho de que la app geolocalice a la persona y que, según determinados datos, establezca una especie de semáforo que sirva como certificado para salir a la calle puede chocar con la privacidad”.


No cabe duda de que el rastreo de los teléfonos móviles, aunque sea para una buena causa, abre la puerta a la posibilidad de una vigilancia masiva digital. Tanto más cuanto que las aplicaciones que identifican a cada instante dónde estás pueden contárselo todo al Estado. Y eso, cuando pase la pandemia, podría generalizarse y convertirse en la nueva normalidad…


El Estado va a querer acceder también a los expedientes médicos de los ciudadanos y a otras informaciones hasta ahora protegidas por la privacidad. Y cuando se haya acabado con este azote, las autoridades, en el mundo entero, podrían desear utilizar la vigilancia para sencillamente controlar mejor la sociedad. Como ocurrió con las legislaciones antiterroristas (pensemos en el USA Patriot Act) después de los atentados del 11 de septiembre de 2001.


Paraísos de la cibervigilancia, Corea del Sur, Singapur, Taiwán y China podrían erigirse en los modelos del porvenir. Sociedades en las que impera una suerte de coronóptikon, en donde la intrusión en la vida privada y la hipervigilancia tecnológica se convierten en algo habitual.


De hecho, una reciente encuesta de opinión en Europa sobre la aceptación o no de

una aplicación en el teléfono móvil que permita rastrear a los infectados por el coronavirus mostró que el 75% de los encuestados estaría de acuerdo.


De ese modo, los Gobiernos...podrían erigirse en los Big Brother de hoy, no dudando en transgredir sus propias leyes para vigilar mejor a los ciudadanos.

Las medidas “excepcionales” que están adoptando los poderes públicos ante la alarma pandémica podrían permanecer en el futuro, sobre todo las relativas a la cibervigilancia y el biocontrol.


Tanto los Gobiernos, como Google, Facebook o Apple podrían aprovechar nuestra actual angustia para hacernos renunciar a una parte importante de nuestros secretos íntimos.


Después de todo, pueden decirnos, durante la pandemia, para salvar vidas, aceptaron sin protestar que otras libertades hayan sido absolutamente restringidas…





Autor: Ignacio Ramonet (1943, Redondela, España) 
La pandemia y el sistema-mundo.Le Monde Diplomatique
Ilustraciones 3D: Janusz Jurek (1946, Lublin, Polonia)

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