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Némesis, Marcelo Figueras.

Actualizado: 29 jul 2020


De Jack El Destripador a la persona quemada en la calle:

el crimen y la sociedad que lo hizo posible.



En 1987, el escritor Douglas Adams publicó una novela llamada Dirk Gently, agencia de investigaciones holísticas. El libro es un delirio, como de costumbre tratándose de Adams (autor, además, de La guía del autoestopista galáctico), pero contiene una idea de reverberaciones inagotables: la noción de que no hay modo de desentrañar a fondo un crimen sin desentrañar la sociedad en la que tuvo lugar.


Si prefieren, lo planteo de otra forma: para entender un homicidio, y en consecuencia llegar a su(s) autor(es), lo lógico sería investigar a la sociedad que lo hizo posible — y que, en consecuencia, está cuanto menos bajo sospecha de complicidad.


Hace pocas semanas, cuando hablé de Alan Moore —el escritor de novelas gráficas como Watchmen y V for Vendetta—, me aparté un libro suyo que me parece genial, con la promesa de releerlo: se llama From Hell (Desde el infierno), fue publicado de modo serializado entre 1989 y 1998 y como novela en el ’99, y es la narración más escalofriante que conozco sobre Jack El Destripador. (...)

Moore hace suya una hipótesis que ya venía circulando: que el asesino habría sido sir William Withey Gull (1816-1890), médico, a quien se le concedió el título de Barón por haber salvado al Príncipe de Gales de una fiebre tifoidea y terminó siendo uno de los clínicos que trataba a la mismísima reina Victoria.

En las enciclopedias, este Gull figura como un destacado científico, por sus contribuciones en el estudio de condiciones como la paraplegia y la anorexia nerviosa. (A la que bautizó como tal.)


La idea de que «Jack» debía ser alguien con conocimientos anatómicos y práctica quirúrgica circulaba desde entonces, inspirada por las crueldades que perpetró con instrumentos afilados sobre el cuerpo de sus víctimas, conocidas como las Cinco Canónicas: Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes y Mary Jane Kelly.


Gull estaba en condiciones técnicas de hacer algo así, pero la hipótesis le concede además el móvil perfecto. Un chisme de la época sugería que uno de los miembros de la familia real en la línea de sucesión, el príncipe Albert Victor —duque de Clarence, conocido como el príncipe Eddy—, había tenido una relación con una chica del común a quien dejó embarazada. Parece que Eddy andaba de incógnito por la ciudad, presentándose como amigo del pintor Walter Sickert. (Otro personaje verdadero.)

Según esta versión, una de las prostitutas canónicas habría trabajado como modelo para las pinturas de Sickert y, enterada de la versión sobre el príncipe y su hija, se habría asociado a las otras cuatro para chantajearlo. Cuando Victoria supo de esta indiscreción, le habría encomendado a Gull que acabase con ellas. Y con la anuencia de las altas esferas policiales, Gull habría encarado la tarea con seriedad profesional, matando a esas mujeres de un modo tan espectacular que impidiese pensar en un motor tan pedestre, tan pueril, como el puesto en marcha por el príncipe Eddy al no poder conservarla dentro de sus pantalones.


Esta versión fue desacreditada, porque Gull no habría estado en condiciones de hacer algo así desde que en 1887 —esto es, un año antes de la aparición de «Jack»— sufrió una hemorragia cerebral. (De la cual, sin embargo, se recuperó.) Pero Moore toma ese dato y lo reinterpreta en su favor, convirtiendo el ataque en un episodio que habría inspirado a Gull las visiones demenciales que puso en acto durante el cumplimiento de su «misión».


Pero lo que importa no es tan sólo si fue Gull o no. Salvo mediación de algún milagro científico, la posibilidad de identificar a «Jack» más allá de toda duda es prácticamente nula.

Lo que sí es posible es practicar lo que hace Moore, una aproximación holística al caso al mejor estilo Dirk Gently: en lugar de concentrarse apenas en las pistas policiales, levantar la mirada y prestar atención al escenario completo en el que se insertaron los crímenes.



Las características de la sociedad victoriana; de la ciudad de Londres; de la estratificación social; del mercado laboral de la época; del lugar de la mujer en ese microcosmos; de las ficciones y el pensamiento que alimentaban su imaginario (en el relato asoman figuras como El Hombre Elefante, Oscar Wilde y el pequeño Aleister Crowley, futuro artista de lo oculto), y muchos elementos más.

Aunque Gull no haya sido el asesino real, el personaje funciona en la ficción de From Hell como la corporización de la sociedad que mandó a esas mujeres a la calle a vivir en la miseria y explotar su cuerpo en condiciones oprobiosas.


Gull dice la verdad cuando, sobre el cuerpo trozado de su última víctima, argumenta: «Todas ustedes habrían muerto en un año o dos, por falla hepática, hombres o parto».


Difícil discutírselo: desde este punto de vista, lo que «Jack» hizo fue acelerar el trabajo de violencias y desintegración que la sociedad había iniciado sobre los cuerpos de esas mujeres, desde que estaban en el vientre de sus propias madres.


Cuando Gull se retira de la escena del crimen final, el conductor del carruaje que le cedió la reina Victoria le pregunta si ha terminado. Y Gull responde: «Recién ha comenzado… Para bien o mal, el siglo XX — acabo de parirlo».


Esto también es difícil de rebatir. El siglo que sucedió a Jack incluye algunos de los pasajes más siniestros de nuestro periplo como especie. Moore arranca el capítulo Cinco de From Hell en Brunau, Austria, ilustrando un hecho que coincidió con los crímenes de Whitechapel: la concepción de ese ser humano que a su nacimiento, el 20 de abril de 1889, sería bautizado como Adolf Hitler. (...)


Aunque el Gull real haya sido un santo, el Gull de Moore es un objeto simbólico inapelable. En primer lugar, el Gull ficcional se asume investido por el poder real, en ambas acepciones del término. La reina Victoria le habría encomendado una misión y Gull la habría llevado adelante sin chistar, porque de eso se trata el poder monárquico.


La voluntad de quien lleva la corona es omnímoda, y por eso puede hacer cosas por las cuales cualquier otro súbdito sería condenado — porque el monarca y el dictador están por encima de la ley.


Que Gull sea un Barón, parte de la aristocracia de su tiempo, también es pertinente en tanto el poder actúa sobre las sociedades desde arriba —desde sus gradas altas, donde los más ricos se preservan del roce con el resto de la plebe— hacia abajo.


Esa una de las enseñanzas más consistentes de la ciencia histórica, por más que ciertos economistas contemporáneos pretendan otra cosa: lo que derrama desde lo alto de la copa hacia las raíces nunca es la riqueza, sino el rigor del poder.


lo que derrama desde lo alto de la copa hacia las raíces nunca es la riqueza, sino el rigor del poder.

El detalle que cimenta la verdad poética del personaje es que Gull no era noble de origen, sino un clase media glorificado. Porque los ricos —así como los nobles por alcurnia, en tiempos como aquel— nunca se ensucian las manos.


¿Quiénes son, en líneas generales, los que mantienen a raya a los pobres, los que concretan su explotación, los que firman la orden de reprimir? Los burócratas al servicio del sistema, la burguesía, los nuevos ricos que actúan como si fuesen a ser ricos siempre.

Como ellos, Gull paga sus privilegios mostrándose impiadoso con aquellos de quienes tomó distancia — los de abajo.


Los contrastes entre los privilegios de quienes formaban parte del mecanismo imperial y la vida cotidiana del pobrerío eran escandalosos.


Alrededor de las sedes del poder se ceñía un anillo de miseria humana, dentro del cual los pobres sucumbían a velocidad, por hambre, enfermedad o violencia, para ceder su lugar a cinco nuevos aspirantes a su malvivir.


Hablamos de un tiempo en el cual, aun después de vender su cuerpo la noche entera, las putas no podían pagarse ni una habitación y por eso daban monedas para que se les permitiese compartir un banco de madera. Allí se sentaban y dejaban que les cruzasen una soga al pecho, a modo de cincha, para que no se desplomasen al suelo cuando el sueño las vencía.


(Me costaría medio segundo elegir un sucedáneo actual de semejante indignidad, porque aunque cambiaron muchas cosas seguimos tolerando situaciones similares. Pero en este caso, prefiero que cada uno de ustedes elija el ejemplo que más lo indigne.)


Y en ese esquema, de modo inevitable, la pieza sacrificial par excelence era la mujer.


(...)


Releí From Hell (no fue la primera vez) con placer y horror. El placer corresponde al disfrute de la obra creada por talento superlativo. El horror deriva del tema por el cual Moore y Campbell se dejaron abducir y de cosas que ahora entiendo mejor que antes. Como que From Hell no habla de algo ocurrido hace mucho en un lugar lejano, sino de este infierno nuestro, tan resiliente, que en plena pandemia goza de buena salud.


¿No es esa una de las habilidades que nos distingue como especie: la capacidad de convertir cualquier lugar, cualquier circunstancia, cualquier relación en un infierno?


El 29 de septiembre de 1888 —es decir, mientras «Jack» hacía y deshacía a su antojo—, otro artista, John Tenniel, publicó un dibujo en la revista Punch. En inevitable blanco y negro, presentaba una figura fantasmal (por lo traslúcida), de rostro simiesco, que se desplazaba con un puñal en la mano.


Los editores de Punch le agregaron un poemita ad hoc («Allí flota un espectro del aire fétido de la villa (slum) / Tomando forma ante ojos que cuentan con el don de la visión… con las manos rojas, impiadoso, furtivo») y le adosaron un título que lo resignificaba todo: The Nemesis of Neglect.


En la mitología griega, Némesis era la diosa de la justicia retributiva. (Que algunos confunden con venganza, aunque no sean lo mismo.) Y neglect significa negligencia, abandono.


la negligencia respecto de los que están en peores condiciones que uno es un crimen, el peor de todos.

Antes que la traducción literal del título, que achicaría su resonancia, prefiero dejar que las dos ideas perfumen el aire y dibujen visiones. Por un lado, la negligencia como el crimen fundamental de nuestro tiempo: el abandono de nuestros congéneres, que languidecen y mueren a la vuelta de nuestras confortables casas; el abandono del planeta que tan generoso fue con nosotros, al que arruinamos hasta un punto de no retorno para satisfacer los caprichos de nuestros poderosos. Y por el otro, la reivindicación de la existencia de una Némesis, una fuerza intangible cuya razón de ser —y cuyo poder— es el de retribuir las injusticias con un castigo proporcional.


Hace pocas semanas ocurrió algo en la ciudad de Buenos Aires que eliminó el tiempo y la distancia y nos convirtió en un eco de la Londres de «Jack». El sábado 4 de julio, poco antes de la medianoche, una mujer que vivía en la calle ardió hasta carbonizarse debajo de la autopista, Virrey Cevallos entre San Juan y Cochabamba. Desde entonces, a duras penas pudieron confirmar que se trataba de una mujer. (...)


¿Quién era esa mujer, esta nueva NN — con ene de nuestra, con ene de némesis?

¿Puede ser que alguien la haya rociado con nafta, alcohol o kerosén y producido la chispa que la convirtió en una antorcha humana? ¿Puede alguien decidirse a abusar de una desconocida que no tenía nada, y del modo más ostensible? ¿Puede existir un ser humano capaz de un abuso de poder tan despreciable — sobre una mujer, por enésima vez?


Todos los que vivimos en esta ciudad lo sabemos, aunque nos cueste decirlo en voz alta: Sí, sí, sí. ¿En esta ciudad, una salvajada semejante? Sí.



Que tantos seamos impermeables al catecismo del odio no significa que no existan quienes están ávidos de su comunión. Bien podría razonar, nuestro «Jack», como aquel de la novela de Moore: ¿cuántos años le quedaban a nuestra NN, antes de sucumbir al frío, el hambre o la enfermedad en las calles de la impiadosa Buenos Aires? De ser cierto que se trató de un crimen, si en efecto existió alguien que se animó a hacer semejante cosa, ¿estaba tratando, al igual que el Gull de la ficción, de alumbrar un tiempo nuevo?


Quienes vivimos de la imaginación podemos tener visiones terribles, aún a nuestro pesar. Alan Moore lo expresa de maravillas a partir de otro personaje real, Robert Lees, que era —no se rían— el médium favorito de la reina Victoria. En From Hell, Lees confiesa ser un farsante y demuestra cómo fingía los ataques convulsivos durante los que recibía sus «visiones». Y a continuación dice que, a pesar de que lo inventaba todo, «terminaba convirtiéndose en realidad».


Eso es lo que pasa con ciertos artistas —como Dante, como William Blake, como el Orwell de 1984, como el Camus de La peste, como Alan Moore—: tienen sueños terribles con la mala costumbre de volverse realidad.


Pero también experimentamos otro tipo de visiones. El Indio Solari suele decir que revolución es lo que hacemos —o no— todos los días, desde que nos despertamos hasta que caemos rendidos.


Eso me ayuda a creer que cada une de nosotres tiene un papel que desempeñar en esto de mantener a raya el peor costado de la naturaleza humana; y que todavía es posible que suficiente cantidad de nosotres empuje de modo sincronizado en la misma dirección, impidiendo que esta ciudad (y aquella otra, y la nación, y el mundo) se conviertan en el infierno que intervino en su diseño original.


Se trata de comprender, y de ayudar a comprender, que la negligencia respecto de los que están en peores condiciones que uno es un crimen, el peor de todos.


Y que aquellos que se hagan los giles perderán tiempo precioso, porque la furtiva fantasma de manos rojas camina por el orbe («Háganse cargo —dice el poemita de Punch—, todo lo que sea vanidad está en fuga») y su nombre, ya desde los griegos, es Justicia.







Fue liberado el hombre imputado de prender fuego a Andrés Bargas en Ciudad Vieja.


El pasado 15 de julio Andrés Bargas fue prendido fuego mientras dormía en la calle en la Ciudad Vieja. El presunto agresor fue identificado días después y detenido. En su comparecencia el hombre dijo que esa noche estaba en la zona de Ciudad Vieja porque fue a comprar una cerveza en la mano; paró a prender un cigarro lo tiró y luego siguió su camino. Su argumento es que se trató de un accidente, y que se enteró al día siguiente.

Aún no se pudo comprobar si había algún vínculo entre Bargas y el detenido. Estos argumentos no convencieron a Fiscalía y la fiscal Morales imputó al hombre por homicidio muy especialmente agravado en grado de tentativa y por receptación. En ese marco, solicitó la medida cautelar de 150 días de prisión preventiva.

Días después, el jueves 23 de tarde quedó en libertad. La decisión de suspender la prisión preventiva impuesta (mientras continúa la investigación del caso) fue adoptada por un Tribunal de Apelaciones.

Bargas se encuentra internado en el Cenaque con el 30% de su cuerpo quemado pero se encuentra en estado estable.



Autor: Marcelo Jorge Figueras (Buenos Aires, 1962) es un novelista argentino. Toma como una gran influencia literaria a Rodolfo Walsh.


- Ha escrito, junto con Marcelo Piñeyro, el guion adaptado de Plata quemada, (Premio Goya a la mejor película de habla hispana). - También escribió el guion de Kamchatka. - De Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina. - Y de Rosario Tijeras, (la película colombiana más vista de la historia).


Obras:

  • El espía del tiempo (1ª edición). Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara. 2002.

  • La batalla del calentamiento (1ª edición). Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara. 2006.

  • Gus Weller rompe el molde (1ª edición). Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara. 2007.

  • El año que viví en peligro (1ª edición). Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara. 2007.

  • Jim Morrison: una plegaria Americana (1ª edición). AC. 2009.

  • Aquarium (1ª edición). Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara. 2009.

  • Kamtchatka (1ª edición). Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara. 2013.

  • El rey de los espinos (1ª edición). Alfaguara. 2014.

  • El muchacho peronista (1ª edición). Alfaguara. 2016. .

  • El negro corazón del crimen (1ª y 2ª edición). Alfaguara. 2017.


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