Por Boaventura de Sousa Santos.
«Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra», escribió José Martí en Nuestra América. ¿Cuáles son las ideas de las que disponemos al inicio de la tercera década del siglo xxi para analizar lo que ha sucedido sobre todo en las dos últimas décadas en la América Latina y orientarnos en la que casi empieza?
No es una tarea fácil, sobre todo en el caso de las ideas orientadoras, puesto que la ideología dominante ha estado desertificando el futuro con la fórmula paralizante de que «no hay alternativa». Es como si las formas más violentas e injustas de dominación capitalista, colonialista y patriarcal fueran la emanación del orden natural de las cosas. Las ideas orientadoras siguen existiendo, pero su recuperación exige que las concibamos como ruinas-semilla.
Elijo cuatro ideas.
Son imágenes movilizadoras que siembran esperanza entre las clases populares en los momentos en que estas se sienten más abrumadas por el miedo. Sirven de puente entre el pasado y el futuro para que este no les sea robado por los mercaderes de pasados inventados y falsos futuros.
La instalación del interregno
La primera idea no es originaria de la América Latina, pero el Continente la ilustra de manera muy particular. Se trata del concepto de interregno de Antonio Gramsci, que acuñó alrededor de 1930, y se refiere a la noción de que las sociedades pasan por períodos en los que lo viejo todavía no acaba de morir y lo nuevo aún no ha nacido plenamente (Gramsci, 1971).
Son períodos de difícil adecuación o confrontación entre lo nuevo y lo viejo, propicios para la creación de monstruos o formaciones mórbidas que desfiguran lo que existe, al mismo tiempo que crean otros imaginarios, unas veces prometedores y otras destructivos.
Adaptando el concepto libremente a nuestro tiempo, lo viejo está compuesto por las formas más excluyentes, violentas y retrógradas de la triple dominación que caracteriza el mundo eurocéntrico desde el siglo xvi: el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado.
A su vez, lo nuevo se genera en las luchas sociales y políticas contra esta dominación.
El interregno ocurre cuando la confrontación o adaptación entre lo viejo y lo nuevo dominan la vida social y política del país.
Podemos decir que la idea de interregno forma parte de nuestra América al menos desde principios del siglo xix. Reside en los propios procesos de independencia, así como en la continuidad de la injerencia imperial de las antiguas potencias colonizadoras y, desde los inicios del siglo xx, de los Estados Unidos.
Con la gran (y tantas veces olvidada) excepción de Haití, los procesos de independencia, si bien muy diferentes entre sí, fueron, en general, protagonizados por los descendientes de los colonos mediante el aprovechamiento de las rivalidades interimperiales.
Por esta razón se caracterizaron por una supervivencia significativa del viejo (des)orden capitalista, colonialista y patriarcal. Esta supervivencia se tradujo en continuidades institucionales o estructurales, particularmente la forma de Estado moderno, el régimen de propiedad, el racismo, el sexismo y el mantenimiento de una narrativa histórica que legitimó la herencia eurocéntrica.
Las monstruosidades resultantes han variado a lo largo de los últimos doscientos años, pero su lastre siempre ha sido visible, aunque en unas épocas más que en otras.
Por otro lado, la intervención imperial, al tiempo que confirió una dimensión continental al interregno, siempre tuvo el efecto de prolongar la muerte de lo viejo para impedir más eficazmente el nacimiento pleno de lo nuevo.
Cuanto más fuerte era la irrupción de lo nuevo, más violenta era la intervención imperial para evitar que naciera
Cuanto más fuerte era la irrupción de lo nuevo, más violenta era la intervención imperial para evitar que naciera completamente.
Al concluir Los condenados de la tierra, Frantz Fanon afirma con su punzante lucidez:
«Hace dos siglos, una antigua colonia europea decidió imitar a Europa. Lo logró hasta tal punto que los Estados Unidos de América se han convertido en un monstruo donde las taras, las enfermedades y la inhumanidad de Europa han alcanzado terribles dimensiones» (Fanon, 1983).
Desde mediados del siglo xx, la naturaleza cambiante de la intervención del imperialismo estadounidense se puede resumir en cuatro guerras sucesivas (y en ocasiones simultáneas): la guerra contra el comunismo, la guerra contra el terrorismo, la guerra contra las drogas y, por último, la guerra contra la corrupción.
A través de estos dos factores (los procesos de independencia y la injerencia permanente del imperialismo), más que de un período de interregno, debemos hablar de una larga duración histórica del interregno y, en consecuencia, de monstruosidades que con el tiempo se normalizaron.
La permanencia del interregno confiere a la América Latina una característica muy específica: si bien lo nuevo nunca tiene la posibilidad de emerger plenamente, no es menos cierto que lo viejo tampoco consigue eliminar la memoria, la voluntad y las semillas de lo nuevo.
lo viejo tampoco consigue eliminar la memoria, la voluntad y las semillas de lo nuevo.
En esto reside el optimismo trágico del Continente.
Se trata de un imaginario colectivo que tiene dimensiones sociales, políticas, culturales y estéticas y que hunde sus raíces en la larga resistencia de los pueblos indígenas y los pueblos descendientes de los esclavos.
Esta larga duración tuvo varios períodos que se distinguieron precisamente por el tipo de interregno y de monstruos que los caracterizaron.
Podemos distinguir dos tipos de interregno: el interregno en el que domina la confrontación (interregno-confrontación) y el interregno en el que domina la adecuación (interregno-adaptación), dependiendo de las formas en las que se articulan y contradicen los objetivos de lo viejo (no morir totalmente) y lo nuevo (nacer plenamente).
Las monstruosidades que mejor caracterizan estos interregnos son las convulsiones por las que ha pasado la democracia liberal.
Lo nuevo, simbolizado por las enormes expectativas que la democracia liberal en los gobiernos progresistas crea a las clases populares, choca con lo viejo, que se reafirma en forma de desfiguraciones de la propia democracia con el fin de subvertir y neutralizar su potencial emancipatorio.
Tales desfiguraciones han sido producidas por tres agentes institucionales y tres agentes extrainstitucionales.
Los agentes institucionales han sido los medios de comunicación (control oligopólico), el sistema judicial (judicialización de la política a través de la lawfare, o guerra jurídica) y el poder legislativo (financiación de partidos por grandes empresas y grupos financieros, fake news con manipulación de big data, fraude electoral).
Los agentes extrainstitucionales han sido el narcotráfico (que es responsable, en parte, de la corrupción y de la selectividad de la lucha contra ella), el paramilitarismo (que garantiza el control territorial), y el asesinato selectivo de líderes sociales (que intimida a los oprimidos y elimina a los artífices de lo nuevo)
En la actualidad los mencionados agentes extrainstitucionales constituyen en muchos países un Estado profundo, paralelo al Estado oficial pero interpenetrado con él. En conjunto, los agentes institucionales y extrainstitucionales han actuado para eliminar liderazgos democráticos, fabricar victorias electorales de lo viejo, perpetrar golpes de Estado blandos, es decir, golpes de Estado con una fachada democrática.
Especialmente en el contexto de la América Latina, el imperialismo estadounidense ha desempeñado un papel casi siempre decisivo en la movilización de los agentes de desfiguración democrática.
Sin embargo, como es característico de los interregnos latinoamericanos, lo viejo nunca logra consolidarse plenamente, ya que lo nuevo se obstina en emerger y renacer de las cenizas.
En este sentido, hay tres casos paradigmáticos: Argentina, Colombia y Chile. A mediados de la pasada década, Argentina eligió a un empresario y, con él, se comprometió con el recetario neoliberal y la sumisión al imperialismo bajo el dominio del capitalismo financiero más burdamente especulador (fondos buitres).
Significaba el fin del interregno inaugurado por el kirchnerismo. Fue un fin provisional, dada la permanente resistencia popular, en la que destacaron los movimientos de mujeres. Las luchas sociales hicieron que a finales de 2019 Argentina regresara a un kirchnerismo renovado.
Colombia tuvo una trayectoria particularmente convulsa en la pasada década. El acuerdo de paz de La Habana celebrado en 2016 entre el gobierno y el grupo guerrillero de las Farc tuvo un significado muy especial: señalaba la posibilidad de que el interregno-adaptación se convirtiese en un interregno-confrontación.
Después de más de cincuenta años de violencia política, el cumplimiento del acuerdo significaría, sin duda, una ruptura con las formas más violentas de capitalismo, colonialismo y patriarcado, que siempre dominaron el país y estuvieron en el origen de la propia guerrilla.
Desafortunadamente, las vicisitudes posteriores han demostrado que las expectativas de paz democrática se están frustrando. En su lugar, ha surgido la paz neoliberal, que, lejos de ser una verdadera paz, es la continuación de la violencia política, ahora de forma aparentemente despolitizada.
El control territorial de la guerrilla se sustituye por el control territorial de las empresas multinacionales y el narcotráfico. Esta sustitución implica la proliferación del asesinato selectivo de líderes sociales comprometidos con la defensa de territorios ancestrales y de campesinos.
Sin embargo, cuando el viejo (des)orden parecía consolidarse, la resistencia surgió con una magnitud desconocida desde las décadas de 1970-1980.
Las luchas de los pueblos indígenas en defensa de sus territorios y formas de vida, y de las poblaciones afrodescendientes contra los megaproyectos portuarios, abrieron el camino en el último trimestre de 2019 a la movilización de cientos de miles de colombianos y colombianas en todas las ciudades del país. Fue el paro cívico que el protagonismo de los jóvenes y las mujeres ha sido evidente.
En él han participado ciudadanos y ciudadanas de los sectores urbanos populares que no tienen filiación partidaria, no son activistas de movimientos sociales y nunca habían imaginado protestar o desafiar en las calles la represión y el toque de queda.
Durante los últimos cuarenta años, Chile se ha presentado como prueba del éxito y de la sostenibilidad del neoliberalismo, una sostenibilidad aún mayor si se tiene en cuenta que ha sido capaz de reproducirse tanto en la dictadura como en la democracia.
No obstante, a lo largo de la última década se fue evidenciando el descontento social causado por un (des)orden social muy desigual, hecho de bajos salarios y pensiones indignas, educación y salud privatizadas y caras, arbitrariedad patronal y de las grandes empresas, impunidad frente a la contaminación ambiental, transporte público caro y deficiente, violencia contra los pueblos indígenas mapuche, contra las mujeres, etcétera.
A lo largo de la década, la resistencia activa fue liderada por los mapuche y los estudiantes, hasta que en octubre de 2019 las protestas se extendieron por todo el país involucrando a los sectores más diversos de la población.
La chispa que incendió Chile fue el encarecimiento del transporte público en Santiago, pero el malestar social y el sentimiento de injusticia estaban latentes en toda la sociedad y solo esperaban que el vaso se desbordase.
La respuesta del gobierno fue represiva (estado de emergencia, toque de queda, brutalidad policial) y reveló continuidades perturbadoras respecto a la represión estatal de la época de la dictadura, como la tortura (incluyendo la violación) y la mutilación (alcanzando salvajemente los ojos de los jóvenes manifestantes).
Las protestas tomaron formas innovadoras de organización horizontal y revelaron el descrédito general de las instituciones políticas, especialmente de los partidos. El protagonismo de los movimientos de mujeres debe subrayarse no solo por su fuerza, sino también por la manera en que se ha posicionado en las movilizaciones.
Destaco la Asamblea Feminista Plurinacional, que al demandar el reconocimiento constitucional de la plurinacionalidad establece una articulación con el movimiento indígena, duramente golpeado en los últimos tiempos por la avalancha neoliberal del neo extractivismo.
La bandera «la revolución será feminista o no será» sostiene la propuesta innovadora de una Asamblea Constituyente paritaria, plurinacional y popular.
Con la instalación de la idea de interregno he procurado mostrar que lo viejo y lo nuevo continúan tejiendo sus articulaciones contradictorias y mutantes en el Continente.
Las victorias y las derrotas de las clases populares se suceden sin mucha sedimentación.
Nuevas formas de represión de la resistencia popular están bloqueando el camino de la liberación, pero paralelamente están surgiendo nuevas formas de resistencia, creatividad opositora y de imaginarios de liberación. Esta oscilación alimenta el optimismo trágico que caracteriza la esperanza posible en la región.
Instalación: como si el futuro estuviera aquí
Colonialismo, tierra y territorio
La primera idea la formularon muchos autores. Elijo la formulación de Frantz Fanon (1983: 21): «Para el pueblo colonizado, el valor más esencial, por ser el más concreto, es primordialmente la tierra: la tierra que debe asegurar el pan y, por supuesto, la dignidad».
La forma en la que los gobiernos progresistas fueron derrocados en el Continente durante la última década reveló la centralidad de dos temas que el pensamiento crítico de matriz eurocéntrica ha descuidado: la vigencia del colonialismo y la cuestión de la tierra y el territorio.
El pensamiento crítico dominante aceptó durante mucho tiempo que el colonialismo había terminado con los procesos de independencia y que desde entonces la lucha social era exclusiva o, ante todo, una lucha anticapitalista.
En la última década se ha hecho más evidente que nunca que esta idea está equivocada.
El colonialismo no terminó con las independencias, sino que cambió de forma.
Lo que terminó con los procesos de independencia fue una forma específica de colonialismo, el colonialismo histórico caracterizado por la ocupación territorial por parte de una potencia extranjera.
Desde entonces, el colonialismo ha cambiado de forma, pero ha continuado hasta nuestros días y a veces ha sido tan violento como el colonialismo histórico.
De manera un tanto paradójica, los gobiernos progresistas de la última década mostraron la urgente necesidad de revisar la concepción de la dominación a partir de los conocimientos nacidos en las luchas sociales.
A pesar de todas las conquistas en la mejora de las condiciones de vida de las clases populares a través de la redistribución social, estos gobiernos revelaron una inquietante continuidad con el colonialismo histórico al centrar sus políticas económicas en lo que se designó como neoextractivismo, la explotación sin precedentes de los recursos naturales.
Ello originó fenómenos como la relativa desindustrialización del país; la violación de los instrumentos internacionales que obligan a la consulta previa a los pueblos indígenas y a las comunidades afrodescendientes sobre los megaproyectos que afectan a sus territorios; la permanencia del racismo estructural e institucional; la persistencia del asesinato de líderes sociales indígenas, quilombolas y campesinos comprometidos en la lucha en defensa de sus tierras y territorios; la tolerancia de la concentración de la tierra y la poca voluntad política para llevar a cabo la reforma agraria y la demarcación de tierras ancestrales; la escasa sensibilidad ante la degradación ambiental y la catástrofe ecológica.
De ello resultó que lo «nuevo» prometido por los gobiernos progresistas contenía algunas características de lo «viejo».
lo «nuevo» prometido por los gobiernos progresistas contenía algunas características de lo «viejo».
Tales características revelan la perturbadora articulación estructural entre el capitalismo y el colonialismo. Por otro lado, la creciente agresividad del imperialismo estadounidense también ha mostrado una continuidad insidiosa con la matriz del colonialismo y las rivalidades entre imperios: la lucha salvaje por el acceso a los recursos naturales, de la que Venezuela, Brasil y Bolivia son los ejemplos más recientes y dramáticos.
Patriarcado, cuerpo, experiencia y lucha
La segunda idea para la instalación «Como si el futuro estuviera aquí» ha tenido muchas formulaciones y la más incisiva es la propuesta por los movimientos feministas latinoamericanos mencionados anteriormente: «La revolución será feminista o no será».
La última década ha demostrado que el capitalismo está vinculado no solo al colonialismo, sino también al patriarcado. De hecho, a pesar de todas las conquistas de los movimientos de mujeres contra la discriminación y la violencia sexual doméstica, pública, institucional y estructural, lo cierto es que esa violencia, particularmente bajo la forma más brutal de feminicidio, se mantuvo y en algunos casos, incluso, empeoró.
La formulación más reciente y elocuente de este hecho perturbador es el de la Comandanta Amada del movimiento zapatista al inaugurar el Segundo Encuentro Internacional de las Mujeres que Luchan el pasado diciembre en Chiapas:
"En todo el mundo siguen asesinando mujeres, las siguen desapareciendo, las siguen violentando, las siguen despreciando. En este año no se ha parado el número de violentadas, desaparecidas y asesinadas. Lo que sabemos es que ha aumentado. Y nosotras como zapatistas lo miramos que es muy grave. Por eso convocamos a este segundo encuentro con un solo tema: la violencia contra las mujeres. [...] Dicen que hay equidad de género porque en los malos gobiernos hay igual de hombres y mujeres mandones y mandonas. Pero nos siguen asesinando. Dicen que hay más derechos en la paga para las mujeres. Pero nos siguen asesinando. Dicen que hay mucho avance en las luchas feministas. Pero nos siguen asesinando. Dicen que ahora las mujeres tienen más voz. Pero nos siguen asesinando. Dicen que ahora ya se toma en cuenta a las mujeres. Pero nos siguen asesinando. Dicen que ahora hay más leyes que protegen a las mujeres. Pero nos siguen asesinando. Dicen que ahora es muy bien visto hablar bien de las mujeres y sus luchas. Pero nos siguen asesinando. Dicen que hay hombres que entienden la lucha de como mujeres que somos y hasta se dicen que son feministas. Pero nos siguen asesinando. Dicen que la mujer ya está en más espacios. Pero nos siguen asesinando. Dicen que ya hasta hay súper héroas en las películas. Pero nos siguen asesinando. Dicen que ya hay más conciencia del respeto a la mujer. Pero nos siguen asesinando. Cada vez más asesinadas. Cada vez con más brutalidad. Cada vez con más saña, coraje, envidia y odio. Y cada vez con más impunidad."
El capitalismo ha demostrado que para reproducirse no solo requiere cuerpos racializados, sino también cuerpos sexualizados.
Pero, por otro lado, la última década también ha mostrado que el papel de las mujeres en la lucha anticapitalista y anticolonial ha ido asumiendo un protagonismo creciente.
Pero sobre todo han hecho valiosas contribuciones a las luchas sociales: nuevas narrativas de liberación, nuevas formas de organización y nuevas articulaciones entre luchas en la región y más allá.
Por encima de todo, han ido dando cada vez más credibilidad a la ética del cuidado, a la economía de la reciprocidad y a la relación respetuosa con la naturaleza.
La instalación de la red de la dominación
A la luz de las luchas sociales de la última década en el Continente es urgente revisar la concepción de la dominación que orientó tanto los interregnos-adaptación como los interregnos-confrontación.
La dominación se basa en tres pilares principales: el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Hay otros mecanismos de dominación, como la religión fundamentalista, las castas o el capacitismo, pero estos tienden a actuar como dominaciones-satélite al servicio de los pilares principales.
Estos pilares están profundamente articulados y no operan unos sin los otros.
A principios del siglo xxi, la explicación marxista de tal articulación reside en el hecho, hoy más visible que nunca, de que la explotación del trabajo libre, que el capitalismo presupone, no se sostiene económica y políticamente sin la presencia simultánea de un trabajo altamente devaluado (sobreexplotado), es decir, el trabajo esclavo y el trabajo no remunerado.
Estas últimas formas de trabajo son «facilitadas» por cuerpos racializados y sexualizados. Por tanto, la persistencia del colonialismo y el patriarcado es condición necesaria para la reproducción del capitalismo.
Esta articulación entre el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado ha escapado durante mucho tiempo al pensamiento crítico de origen eurocéntrico.
El drama de nuestro tiempo reside en que, mientras que las tres formas de dominación actúan articuladamente, las luchas sociales contra ellas han estado fragmentadas.
¿Cuántos movimientos anticapitalistas han sido colonialistas, racistas y sexistas? ¿Cuántos movimientos antirracistas han sido procapitalistas y sexistas?
¿Cuántos movimientos feministas han sido racistas, colonialistas y procapitalistas?
Mientras esta asimetría se mantenga no será posible salir del infierno capitalista, colonialista y patriarcal en que vivimos. Las luchas anticapitalistas, anticolonialistas y antipatriarcales son todas igualmente importantes, aunque, dependiendo de los contextos, algunas pueden ser más urgentes que otras.
La educación liberadora
Una de las grandes lecciones de la última década es que la lucha por la hegemonía es más compleja hoy que nunca.
Los gobiernos progresistas, que han contribuido de manera decisiva al crecimiento de las clases medias en sus países, se han topado con el distanciamiento político de estas desde el momento en que surgieron las primeras dificultades para proseguir con las políticas redistributivas y las políticas sociales en general.
Las clases populares, que como resultado de esas mismas políticas acababan de cruzar la línea de la pobreza o incluso de la miseria extrema, se han convertido en un terreno fácil para la difusión de ideologías conservadoras e incluso reaccionarias, como en el caso del fundamentalismo religioso.
La ideología neoliberal de la autonomía individual, bajo la forma de la libre iniciativa emprendedora (autonomía sin reivindicación de las condiciones sociales para ser realmente autónomo), y de la satisfacción personal medida por el nivel de consumo de bienes y servicios, ha penetrado profundamente en la sociedad, a menudo promovida por los gobiernos que podrían resultar más perjudicados por ella.
La era de la comunicación digital y del consumo masivo ha creado un nuevo sentido común que no solo es hostil a las ideas fundamentales para construir una sociedad anticapitalista, anticolonialista y antipatriarcal (solidaridad, reciprocidad, cooperación, autodeterminación y bienes comunes), sino que además trivializa y somete a criterios de beneficio personal las propias ideas de la sociedad democrática liberal, como ciudadanía, participación y bien público.
En la era de los big data y los algoritmos, la manipulación de las opciones políticas y del consumo combina fácilmente la masificación con la personalización.
De esta manera se construye un mundo imaginario de diferencias que, en lugar de conducir a una cultura de la diversidad y la pluralidad, crea guetos identitarios, colectivos de diferencia que cultivan la indiferencia hacia los colectivos concebidos como diferentes.
En un mundo que predica la prosperidad individual a cualquier precio, el otro siempre es un potencial competidor desleal, el enemigo a batir. En esto consiste la política del resentimiento. Cuanto más invisible se vuelve la dominación, más fácilmente las víctimas de la exclusión social y la injusticia ven en otras víctimas la causa de sus propios males.
El racismo y el sexismo son poderosos potenciadores de la política del resentimiento.
El discurso y la política del odio encuentran aquí su caldo de cultivo y su fértil campo de propagación. En lugar de oponentes con los que se discute, se construyen enemigos a eliminar.
Los gobiernos progresistas de la última década promovieron la educación pública, pero no cuidaron lo suficiente su contenido. Asumieron que la difusión de la educación promovía una educación desmercantilizada, descolonizada y depatriarcalizada.
Un error fatal.
También descuidaron la democratización y la diversificación de los medios de comunicación. Promovieron los medios de comunicación oligopolistas con la esperanza de neutralizarlos, una esperanza que resultó trágicamente irreal.
En resumen, se olvidaron de la instalación pedagógica que Paulo Freire les había ofrecido con la Pedagogía del oprimido y la Pedagogía de la esperanza.
Y nadie podría haberla formulado con más elocuencia que él: «Cuando la educación no es liberadora, el sueño del oprimido es convertirse en opresor».
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Nota tomada de Revista de la Casa de las Américas.
Año 2020, Número 298.
La convulsa situación en la América Latina y el Caribe tras las embestidas de la derecha, así como la reacción popular en varios de nuestros países, nos movieron a dedicar parte de esta entrega al análisis del contexto y los desafíos a los que se enfrentan las fuerzas de izquierda en el Continente.
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