Los años duros. Testimonios que estremecen. El recuerdo de los recuerdos que ayudan a construir aquella realidad en otra. Testimonios que emocionan de risa y de llanto, como la vida misma. Desafiando a la muerte y al tiempo, a través de puertas y ventanas que se abren para todos.
Siempre que decido escribir me pasa lo mismo. Tomo la decisión, pero frente a la hoja en blanco me pregunto ¿por dónde empiezo? Y esta vez fue fácil la respuesta: por el principio.
29 de octubre de 1975 – 3:00 am
Golpes fuertes en la puerta: “¡Abran la puerta! ¡Fuerzas Conjuntas!”
Yo tenía 7 años, mi hermana 11. Hacía dos años había fallecido mi papá, vivíamos con mi mamá en la calle Atanasio Lapido, allí donde mis padres vivieron muchos años y yo, hasta mis 22 años, en 1990.
Una casa que, pese a haberme mudado varias veces, aparece en mis sueños, con mi madre allí (hoy fallecida hace 8 años).
Pero volvamos al principio.
La casa no era ni chica ni grande pero tenía un solo dormitorio, allí dormíamos mi hermana y yo en una cucheta. Mi madre en un sillón cama en el comedor. Esa noche mi mamá se levantó a abrir, en un camisón blanco de gasa que aún hoy recuerdo, mientras nosotras nos quedamos inmóviles en las camas.
Ellos entraron y empezaron a revisar todo.
En el comedor de mi casa estaban las bibliotecas de tablones apoyadas sobre guías de hierro en la pared, llenas de libros y no faltaban los discos. Ese comedor tenía además una gran ventana al frente, por lo que les resultó muy práctico a los milicos sacar los tablones, apoyarlos en la ventana y como por un tobogán iban cayendo los libros a la vereda.
Algunos meses después en mi casa se prendió la estufa a leña que estaba en el hall de entrada (nunca lo hacíamos) y se quemaron más libros.
El miedo estaba presente.
Siguió la recorrida por la casa, más libros, más discos, cajas con fotos, subieron al altillo, allí estaban los instrumentos de mi mamá (ella además de visitadora social era pedicura), y yo desde mi cuarto escuchaba que habían prendido el torno.
Vinieron a nuestro cuarto, nosotras seguíamos en la cucheta.
En nuestro cuarto había varios posters pegados en la pared, entre ellos uno con un sendero otoñal y las palabras de Antonio Machado “caminante no hay camino….”, otro con una niña y una paloma blanca en sus brazos y otro con un niño vietnamita.
Mi hermana Tamara escribía hace unos años:
“Dos milicos en nuestro cuarto, tirando todo. Mi hermana (Maya) en la cama de arriba de la cucheta. Un afiche en la pared colgado por nosotras del Club de Grabado que decía "Nació un día en una aldea bajo un bombardeo...murió el mismo día, en la misma aldea, bajo el mismo bombardeo. Niño vietnamita”.
Él le dijo: descuelga eso!
Maya contestó: NO!
Lo puso mi papá y no tengo más clavitos para volver a colgarlo..."
Las colillas de cigarrillos Philips Morris aplastadas en el piso quedaron de testimonio.
Ese hombre era Nino Gavazzo. No olvidaremos, jamás!”
Luego de la requisa, mi mamá nos dice que debe ir con ellos, que le van a hacer unas preguntas y volverá en unas horas. Fue a buscar a una vecina (ya habían cortado la línea telefónica) para que se quedara con nosotras.
A la mañana siguiente, vino mi tía abuela Irma (tía de mi mamá) y se resolvió que fuéramos a la escuela. Recuerdo contar en la escuela que se habían llevado a mi madre, además de libros, discos y revolver toda la casa.
A los pocos días mi tía Betty y su compañero iban a vivir con nosotras.
Y esto fue el principio.
Luego de aquella madrugada del 29 de octubre de 1975 no volvimos a ver a mi mamá ni supimos de ella hasta enero o febrero de 1976.
De esos meses, el relato se divide en dos partes: lo vivido por mi madre, lo vivido por nosotras.
Supimos que mamá había pasado por varios centros de tortura:
el Infierno Chico (casona de Punta Gorda), Infierno Grande (300 Carlos), Batallón de Infantería N° 13, y quién sabe si en algún otro.
Mamá tuvo sus muñecas hinchadas el resto de su vida, consecuencia de las colgadas. Recordaba las picanas y el submarino. Las piernas muy lastimadas, con heridas abiertas en muy mal estado. Nos contó que deliraba. Preguntaba por nosotras. También nombró a los torturadores: Pajarito Silveira, Gavazzo.
Dos relatos me quedaron muy grabados.
Primer relato:
“Una no sabe cómo es posible resistir a aquel infierno, de dónde se sacan fuerzas. Cada caso es particular. En mi caso yo no resistía por el Partido, ni por la lucha por un mundo mejor, resistía por lo más básico: por dignidad humana. Resistía por dignidad”.
Segundo relato:
“Estaba colgada, vendada, desnuda, deliraba, preguntaba por Uds. Había otras personas colgadas y los milicos me empiezan a hamacar y mi cuerpo golpeaba otro cuerpo. De repente siento que ese otro cuerpo me habla muy suavemente y me dice:
“Tranquila Almita, soy yo, Elías” (Elías Tulbovitz).
Mi mamá me lo contaba y trataba de trasmitirme la paz que le habían provocado esas palabras: por primera vez ella no se sintió sola en ese infierno.
Nosotras seguimos yendo a la escuela.
Gavazzo tenía tres hijas, una de ellas era de la edad de mi hermana y otra de la mía, e iban a la Escuela Barón de Río Branco como nosotras.
Paradójicamente, Gavazzo había entrado en mi casa, torturaba a mi madre y otros cientos de compañeros, y nosotras
nos sentamos con las hijas de Gavazzo en el mismo banco de la escuela.
Aquellas palabras de José Pedro Varela que estaban estampadas en el reverso del carnet escolar nos resultaban ambiguas: “Los que una vez se han encontrado juntos en los bancos de una Escuela, en la que eran iguales, a la que concurrían usando un mismo derecho, se acostumbran fácilmente a considerarse iguales, a no reconocer más diferencias que las que resultan de las aptitudes y las virtudes de cada uno ....”
Nosotras seguro no éramos iguales a ellas. Ellas pertenecieron a la JUP.
No menos paradójico resultaba en ese mismo año 1975 poner en los cuadernos “Año de la Orientalidad”.
Cuando terminó el año lectivo fuimos a pasar las vacaciones a la casa de mi tía Gladys (hermana de mi mamá) y primos en San José.
Me imagino había varias razones para estas vacaciones diferentes: distraernos de la situación y ausencia de mamá, aliviar o compartir con otros familiares la economía y los gastos que implicaba mantener mi casa, cuando ya el sueldo de mamá no estaba (destituida como Visitadora Social de la Comisión Honoraria para la Lucha Antituberculosa por abandono de trabajo al no presentarse), y mi tía Betty que había pasado a vivir en casa, ya había sido destituida de la Universidad de la República y se había sumado a trabajar con mi abuela en un kiosko en la calle Yaguarón.
Con fecha 24 de noviembre de 1975, mi tía Betty presenta una carta a la Comisión de Derechos Humanos del Consejo de Estado:
”...se trata de la falta absoluta de referencias acerca del paradero y estado de la Sra. Dos Santos de Chiz desde el 29 de octubre (...) Desde ese momento y pese a exhaustivas averiguaciones (...) han resultado infructuosas todas las tentativas por conocer dónde y cómo está la Sra. Dos Santos y no se le ha podido acercar ropa, alimentos ni medicamentos (...) Las hijas ya empezaron a hacer serias preguntas acerca de su vida. Nosotros apelamos a vuestro deber de miembros de esa honorable Comisión, a vuestro sentido humanitario, a vuestra condición de padres, a vuestra tradición tan destacada a nivel internacional en cuanto a justicia y respeto por la persona humana...”
Con fecha 16 de febrero de 1977, se expide el siguiente Testimonio de la Defensoría de Menores: “Ratifícase la tenencia de las menores de autos Tamara y Maya Chiz dos Santos a Betty Chiz, sin perjuicio.”
En enero o febrero nos avisan que mamá había aparecido. En ese momento estaba en el Batallón Florida de Infantería N°1, Camino Maldonado, Km 14.
Recuerdo el olor al cuartel, el olor a los uniformes, el olor a milico.
Nos hicieron entrar a un gran salón donde a lo lejos, en el fondo, se veían unas mesas alargadas una pegada a la otra formando una gran barrera. Del otro lado estaban sentadas las mujeres, y entre ellas mi mamá.
Frente a ellas, sobre la mesa, cada una tenía su pañuelo con el que se cubrían los ojos en los traslados, atrás y a los costados, las milicas.
A medida que me acercaba la iba reconociendo, estaba muy canosa. Frente suyo su pañuelo-venda, blanco con unos arabescos marrones que aún conservamos de recuerdo.
Los visitantes quedábamos del otro lado de la mesa.
Una vez, en los últimos 15 minutos de la visita las milicas indican que los niños podíamos pasar con sus mamás, entonces como era una fila larga de mesas pegadas, tratamos de pasar por debajo de la mesa.
Antes de terminar de pasar una milica agarra del hombro a mi hermana y la tira para atrás y le dice “tú ya no eres una niña” (tenía 11 años).
Mi mamá reacciona y le dice: “entonces no pasa ninguna de las dos”. Y no pasamos.
Del cuartel, luego hubo muchos cuentos, muchas anécdotas tragicómicas. Una de ellas era que Rosita mandaba a Elías en la bolsa de ropa, toallas higiénicas para las mujeres; y las mujeres en realidad estaban con lo que se llama “amenorrea de guerra”, es decir, no menstruaban. Ya no sabían qué hacer con tantas toallas!
También el cuento de una compañera que tenía un ojo de vidrio y cuando se estaba
bañando se le cayó y no lo podía encontrar, y le dijo a la milica que estaba buscando su ojo. Y tantas otras! En mi casa estas mujeres, luego de haber salido de la cárcel, las contaban y se mataban de la risa.
Claro está, había también otras historias: “Cuando íbamos al baño o algún otro lado, nos hacían caminar en fila, haciendo trencito ya que estábamos vendadas. En el recorrido pasábamos por encima de una especie de tapa en el piso y siempre se decía:
“No pises allí que abajo está Eduardo”. (Bleier).
Eduardo Bleier fue detenido el mismo día que mi madre: 29 de octubre de 1975.
Los primeros días de octubre de 2019, 44 años después, se encuentran sus restos en el Batallón N° 13. A los pocos días era el cumpleaños de mi mamá, y yo escribía para recordarla:
“Hoy cumplís años. Hoy te abrazo a ti y a todos los que como tú pasaron
por el Infierno Grande, el Infierno Chico, y tantos lugares más. Decirte que tanto tiempo después seguimos luchando por hacer justicia, y que a Eduardo, que tanto lo nombraste, lo encontramos”.
Maya Chiz, junio 2020.
La protagonista central del testimonio es: Alma dos Santos (12.10.1925 - 29.11.2012)
“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla” . Gabriel García Márquez.
Portada: Dibujo "Espíritu Libre". AHJ (Argentina)
Grabado, poesía visual: Breve biografía de un niño vietnamita. (1971)
Leonilda González (1923, Colonia - Montevideo , 2017)
Pintora, dibujante y grabadora uruguaya, fundadora del Club de Grabado de Montevideo.
(*) Los lobos. Los Cuerpos. Las manos
Janusz Jurek. (1946, Ostrów Wielkopolski, Polonia)
Diseño 3D, fotografía, diseño gráfico, animación y otras nuevas formas de artes visuales.
A história está e estará sempre viva em nós.
Vivi esses tempos desde a fronteira do Brasil com o Uruguai fazendo sucessivas visitas ao país ocupado por forças da sombra e do terror institucionalizado.
Pensei, tenho que escrever algo. Tamara me incentivou a fazê-lo. Mas não sei exatamente o que dizer, então vou escrevendo o que me vem, meus sentimentos sobre o que Maya contou.
É tudo muito presente, intenso e duro, muito duro. As pessoas que tanto mal fizeram ainda estão por aí, à espreita, como lobos raivosos, só aguardando um momento de descuido para retomar sua contida ânsia de fazer maldades.
O relato de Maya Chiz não me é estranho, pois sou companheiro de Tamara, sua irmã. Mesmo…
Si, claro. Es necesario abrirle los ojos a las nuevas generaciones para que estas historias no vuelvan a repetirse
Emotivo testimonio, cruda realidad de vida vivida. Somos almas que danzan como el fuego y construimos memoria. Esa memoria de quienes hoy pueden como vos armar el puzzle y frente a una hoja en blanco largar todo. Gracias por escribir, y espero poderlo compartir si me permites a mis alumnos.
Somos los recuerdos , aquellos que forman nuestra vida, -los que nós hacen ser. Somos resiliência , somos vida, somos cuerpo ,emociones, y gritos . Somos las mujeres de hoy , porque las "Almas" nós mostraron como vivir.